lunes, 12 de septiembre de 2011

Poetas de Siglo XX

Poetas de Siglo XX:


León Felipe, el poeta del exilio

León Felipe puede ser considerado el poeta emblemático del exilio en una dimensión profética. El León Felipe de Español del éxodo y del llanto asume la misión de profeta y el León Felipe de Ganarás la luz madura en su misión. El libro Español del éxodo y del llanto... Doctrina, elegías y canciones, de 1939, está dedicado al presidente Lázaro Cárdenas, y en él León Felipe se presenta diciendo: “Vine aquí como el primer heraldo de este éxodo. Sin embargo, yo no soy un refugiado que llama hoy a las puertas de México para pedir hospitalidad. Me la dio hace diez y seis años, cuando llegué aquí por primera vez, solo y pobre, y sin más documentación en el bolsillo que una carta que Alfonso Reyes me diera en Madrid”.
En 1923 había estado en México, después radicó en los Estados Unidos, Cuba y Panamá. Al estallar la guerra civil, volvió a España y se unió a la Alianza de Intelectuales. Cuando se pierde la causa de la República, parte a París, regresa a La Habana y a México en 1939, donde radicaría hasta su muerte. Es significativo notar el papel particular que asume León Felipe con los demás exiliados en México. Se solidariza con ellos y se nombra su “heraldo”, pero es consciente de las ventajas que tiene sobre ellos: “Después México me dio más: amor y hogar. Una mujer y una casa. [...] Ahora que tanto español refugiado no tiene una silla donde sentarse, tengo que decir esto con vergüenza. Pero tengo que decirlo. Y no para mostrar mi fortuna, sino mi gratitud. Y para levantar la esperanza de aquellos españoles que lo han perdido todo...”.
Antes señalamos la necesidad de los exiliados de proponer un plan que animara y dirigiera la nueva orientación vital, y León Felipe no es la excepción. El poeta también hace su propuesta: “Mi programa, es decir, mi tema poemático predilecto es éste: ‘Nos salvaremos por el llanto’. Esta es mi lógica y mi dialécica también. Creo en la dialéctica del llanto […] El llanto no está en los programas de los políticos ni en las pragmásticas de los jerarcas. Está en los versículos de los profetas, en el corazón engañado y afligido del hombre”. León Felipe presenta una tesis que sostiene el sentido del exilio en una dimensión universal: “Pero un pueblo, una patria, no es más que la cuna de un hombre. Se deja la tierra que nos parió como se dejan los pañales. Se es hombre antes que español”. Y su mensaje es para el español “del éxodo y del llanto” que debería considerarse ante todo un hombre, en el sentido profundo y universal que sobrepasa al hombre que se siente elegido o al que se aferra a su terruño.
Ahora bien, León Felipe asume la tarea del profeta y se identifica con la figura de Jonás, pero invirtiendo la misión del profeta bíblico: “Españoles del éxodo y del llanto: levantad la cabeza y no me miréis con enojo, porque yo no soy el que canta la destrucción sino la esperanza.”. León Felipe es profeta que anuncia la esperanza y, al contrario del profeta Jonás, en esta ocasión, en estas circunstancias, tal vez no sería escuchado. Español del éxodo y del llanto es “uno de los libros más penetrantes y más significativos del gran poeta que fue León Felipe”, dice Manuel Tuñón de Lara, y agrega: “encierra, a mi entender y sentir, toda la tragedia de los cientos de miles de hombres, mujeres y niños que la derrota de la democracia española dispersó hacia los cuatro puntos cardinales a partir de 1939”.
Nuestro poeta asume la representación de un pueblo exiliado y sigue muy de cerca el problema que tal condición significa. El problema de la no adecuación al nuevo medio será el motivo que lo lleve a cantar sin cesar la búsqueda de la dimensión universal del hombre. En Ganarás la luz, de 1943, presenta de nuevo su ideario, y esta vez coincidirá en fecha de publicación y en algunos postulados con el del otro poeta, Juan Larrea, a quien dedica esa obra. La vocación profética de León Felipe se consolida; en “Tal vez me llame Jonás”, canta: “¡Yo no soy nadie. Dejadme dormir! / Pero a veces oigo un viento de tormenta que me grita: ‘Levántate, ve a Nínive, ciudad grande, y pregona contra ella” [...] De allí traigo ahora mi palabra. / Y no canto la destrucción: apoyo mi lira sobre la cresta más alta de este símbolo... Yo soy Jonás”.
Entre las ideas que nos interesan, destacaremos su visión personal del Nuevo Mundo. En el poema “Pero, ¿por qué habla tan alto el español?”, señala que tres veces han tenido que desgañitarse en la historia hasta desgarrarse la laringe: “La primera fue cuando descubrimos este continente y fue necesario que gritásemos sin ninguna medida: ¡Tierra! ¡Tierra! ¡Tierra! Había que gritar esta palabra para que sonase más que el mar y llegase hasta los oídos de los hombres que se habían quedado en la otra orilla. Acabábamos de descubrir un nuevo mundo, un mundo de otras dimensiones al que cinco siglos más tarde, en el gran naufragio de Europa tenía que agarrarse la esperanza del hombre. ¡Había motivos para hablar alto! ¡Había motivos para gritar!”.
Es de notar cómo León Felipe relaciona su visión del Nuevo Mundo con una costumbre muy arraigada en los españoles: el subir con facilidad el tono de la voz. Su propuesta no mira hacia un futuro utópico y no se basa en un análisis esotérico de las condiciones históricas y geográficas. Simplemente señala una peculiaridad cultural que acompañará al español a donde quiera que vaya. En cualquier parte del mundo el español se hará notar por el tono de su voz.
Por otra parte, León Felipe está lejos del concepto tan cuestionado de “transterrado”. En el capítulo que intitula “Jonás se equivoca”, el poeta retorna a su origen: “Y creo que ésta es mi almendra. Que de aquí nací yo. Que éste es mi origen y mi nombre: Jonás.”. En la vuelta al origen y en la posesión de un nombre el poeta encuentra sentido al quehacer poético que está por abandonar: “Quiero repetirlo y explicarme bien antes de marcharme. Jonás es un profeta grotesco, sin vocación y sin prestigio. Es la voz que no acierta nunca. El lo sabe. Por eso desconfía y se esconde”. La identificación con el personaje Jonás se da en la línea de la historia, “ningún otro personaje de la historia o del sueño están tan dentro de mi sangre como éste: Jonás”. La insistencia en decir que se relaciona con un personaje histórico, en la línea de la historia, es muy significativo si tomamos en cuenta que el libro, en su totalidad, está presentado como “una autobiografía poemática, una antología biográfica […] es mi vida […] pero hemos hablado del profeta y no de su profecía. ¿Qué es lo que anuncia? ¿Qué tipo de mensaje debe proclamar para que se autoderrote en principio habiendo sospechado que no lo escucharán? He aquí su profecía: Lo español es lo específico, pero no lo permanente. Hoy cuenta todavía y es necesario consignarlo. Mañana el género habrá devorado a la especie. [...] La historia desnuda me ha respondido sin números, sin nombres y sin países.”. Y antes, ya había anunciado: “Hispanidad... tendrás tu reino, pero tu reino sólo será de este mundo. Serás un reino sin espadas ni banderas, serás un reino sin cetro, no se erguirá en la Tierra nunca, serás un anhelo sin raíces ni piedras, un anhelo que vivirá en la historia sin historia... o como un ejemplo. Cuando se muera España para siempre quedará un además en la luz y en el aire... un gesto... Hispanidad. Serás aquel gesto vencido, apasionado y loco del hidalgo manchego.”. Los verbos nos ayudan a distinguir el tono profético que asume al definir el concepto de hispanidad que tantos problemas diera a aquellos exiliados que la asumieron como un sinónimo de superioridad racial.
El León Felipe que un día pregonara que era de los que se habían llevado la canción consigo, reflexiona al final de Ganarás la luz y, al igual que otras ocasiones, se da cuenta de que la canción se queda donde está España, y que América es América y España es España. “Enseguida he pronunciado el nombre de Jonás. Y he dicho: ¿seré yo el Jonás español, seré yo el recién nacido? Yo soy el ladrón sacrílego del templo que se ha llevado el salmo. Pero no soy el salmista ni el poeta tampoco.” Adolfo Sánchez Vázquez, al final de un artículo sobre León Felipe, dice: “León Felipe, poeta de una época de crisis, de transición entre dos mundos, centra su religiosidad peculiar y, desesperado de no hallar la Luz de la tierra, trata de alcanzarla fuera o más allá de nuestra existencia”. Y el gran valor que el poeta tiene para Sánchez Vázquez es que “no ha intentado, ni podrá intentar, sin negarse a sí mismo como poeta prometeico, ganar esa Luz, justificando un mundo que tantas veces ha condenado. No; aunque su canto se incline hoy de la blasfemia a la oración, del pesimismo a la esperanza, los hijos de su poesía no conducen no pueden conducir a una raíz podrida, sino al manantial puro, donde no cabe trocar el silencio, la autojustificación de la miseria por un paraíso celeste”. Y con estas palabras finales, terminamos también nosotros este apartado sobre León Felipe.
León Felipe un poeta con destino
Aunque el propio León Felipe dijera: "Los grandes poetas no tienen biografía, tienen destino", podemos intentar hacer un breve resumen de su interesante vida.
Nace en 1884 en Tábara, pueblo de Zamora, hijo de un notario. Su verdadero nombre era Felipe Camino Galicia de la Rosa. Pertenecía a una burguesía acomodada. Estudió farmacia (llegó a tener una botica) pero renunció muy pronto a esa vida que él consideraba monótona y en cierto sentido privilegiada, para ejercer su libertad embarcándose en aventuras que le acercaran a sus semejantes.
En su juventud viaja por España como actor de una compañía ambulante, más tarde pasa tres años en la cárcel, acusado de haber realizado un desfalco. Con su primer amor, una chica peruana llamada Irene Lambarri que conoció en Valmaseda (Vizcaya), sienta un poco la cabeza y se radica con ella en Barcelona, pero al poco tiempo se separan y León Felipe decide ir a la capital de España, probablemente ya con la idea de dedicarse a la poesía. En Madrid vive una bohemia prostibularia y miserable que le lleva incluso a pasar algunas noches en las antiguas pensiones donde se permite dormir a los menesterosos sentados en un banco y apoyando la cabeza en una soga que sueltan a primera hora de la mañana:
He dormido en el estiércol de las cuadras,
en los bancos municipales,
he recostado mi cabeza en la soga de los mendigos
y me ha dado limosna -Dios se lo pague-
una prostituta callejera...
Versos y oraciones de caminante es su primer libro de poemas (años después titularía un poema: Versos y blasfemias de caminante) que leyó hacia 1919 en el Ateneo de Madrid. Pero siguiendo la premonición del título y de su auténtico apellido, tarda poco en iniciar sus caminos fuera de España: ¡Solicita un empleo en los hospitales de Guinea y se embarca para la isla de Elobey! Allí permanece tres años para volver a España por poco tiempo y embarcarse, esta vez, hacia América.
En México se dedica a la enseñanza, actividad que recuerda la de Antonio Machado, al que siempre consideró su maestro. Conoce a Berta Gamboa, profesora también, con quien se casa. El matrimonio pasa a vivir a Norteamérica, donde traduce a Waldo Frank y a Walt Whitman y escribe un largo poema titulado Drop a star.
Al estallar la guerra civil española en 1936 vuelve a su tierra, totalmente identificado con el gobierno republicano y constitucional amenazado entonces por el levantamiento militar del general Franco. Su experiencia es desgarradora. En 1938 huye del bando nacional y se exilia definitivamente en México. Es cuando escribe Español del éxodo y del llanto:
¡España, España!
todos pensaban
-el hombre, la Historia y la fábula-,
todos pensaban
que ibas a terminar en una llama...
y has terminado en una charca.
Después de una larga vida enfrentándose a la injusticia a través de su verbo, fallece en México en 1968.
Fue uno de los mejores intérpretes del sentimiento español, humano, que supo transmitir intensamente en su poesía, como lo hizo su contemporáneo el peruano César Vallejo en España aparta de mí este cáliz. Sin embargo, a León Felipe no se le ha llegado a reconocer el innegable valor de su obra.
Por un lado, se le sitúa a caballo entre la Generación del 98 y la del 27, sin darle plenas credenciales en ninguna de las dos. Por otro, su origen burgués hizo que algunos lo encasillaran bajo la etiqueta de "señorito de provincias" aunque, como hemos visto, él rechazara desde su juventud tal condición. Su largo exilio republicano en México impidió que los críticos que permanecieron en la España franquista le prestaran atención: Vicente Gaos, en su obra Claves de la literatura española (Ediciones Guadarrama. Madrid, 1971) sólo lo menciona en cinco líneas y para incluirlo en un grupo de poetas que el autor considera de "segundo orden" que "no llegaron a desarrollar plena personalidad poética"; también es cierto, que el mismo Gaos considera "poetas menores" nada menos que a ¡Prados y Altolaguirre! Aunque la opinión crítica de este erudito pudo estar filtrada en tamices políticos, esa era, al fin de cuentas, la crítica que había en España durante la larga dictadura.
Su obra fue respetada, valorada y querida (que sería lo más importante para él) por sus compañeros de exilio y por la crítica mexicana. Juan Ramón Jiménez, con una poesía tan alejada de la de León Felipe, no fue muy generoso con él, en 1953 lo considera injustamente "el mejor de los de menos importancia".
Es ahora que se vuelve sobre la poesía de este duro poeta leonés, sobre su grito terrible contra y a favor del mundo, de la "España desmembrada, del hacha, del llanto y la discordia." Poesía, a veces ruda, que se levanta en clara rebeldía contra la injusticia, el abuso y la insolidaridad:
Está muerta. ¡Miradla!
Los que habéis vivido siempre arañando su piel,
removiendo sus llagas,
vistiendo sus harapos
llevando a los mercados negros terciopelos y lentejuelas,
escapularios y cascabeles...
y luego no habéis sabido conservar este viejo negocio
que os daba pan y gloria,
quisiérais que viviera eternamente.
Pero está muerta.
Miradla todos...
SÉ TODOS LOS CUENTOS
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.
CÓMO ALCANZÓ EL ÉXITO LEÓN FELIPE
Corrían los años 1918 y 1919. León Felipe vivía hambriento y sin recursos de ningún tipo en Madrid y siguiendo un impulso que le animaba a manifestarse públicamente como poeta, reúne los mejores poemas que tenía y llama a la puerta del famoso Juan Ramón Jiménez para rogarle que los leyera y le diera la opinión que le merecían. Como pasaron algunos días, que fueron de nerviosismo para León Felipe, sin recibir respuesta, volvió a casa de Juan Ramón Jiménez donde le recibieron amablemente él y su esposa Zenobia. Charlaron todos, animada y afablemente y en un momento dado Juan Ramón se levantó, y le entregó los poemas, sin hacer ningún comentario. Estaba claro, tan claro que cuando salió, rompió sus papeles en trozos pequeños y los echó en una alcantarilla de la calle. El poeta en ciernes estaba derrotado.
Poco después obtuvo una plaza de regente de Farmacia en Almonacid de Zorita (Guadalajara) y allí, recluido en una habitación, encontró una voz poética distinta y un aliento que le permitió, en dos o tres meses, escribir los poemas de “Versos y oraciones del caminante”. A los temas fundamentales del libro: la soledad, el camino y Dios, se unen las resonancias y los ecos de poetas como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Francis Jammes.
El escultor Emilio de Madariaga leyó los versos del libro y le parecieron buenos, pero para cerciorarse de la exactitud de su opinión se los pasó al crítico Enrique Díez-Canedo, quien tras algunas vicisitudes los leyó y no sólo corroboró la opinión de Madariaga sino que publicó una selección en la revista «España». El salto a la fama estaba dado y el Ateneo de Madrid abre sus puertas al nuevo poeta para que haga una lectura.
El Ateneo era una institución de sólido prestigio intelectual porque a ella acudían asiduamente escritores como Rubén Darío, Valle Inclán y Unamuno, y la presidencia del mismo sería ocupada, unos años después, por Manuel Azaña, futuro presidente de la República española y hombre de acentuada vocación literaria.
León Felipe, que hasta ahora era un oscuro y desconocido poeta menor, pasa a formar parte de la élite intelectual y artística de Madrid.
Pero, ¿pasa por méritos o por un golpe de suerte? Dicho de otra manera: ¿Cómo es su poesía?, ¿qué rasgos la hacen acreedora de la buena acogida que se le dispensa? Él mismo lo cuenta: "No entré por la puerta tradicional. En realidad, por entonces, 1.818-1820, comenzaban a derrumbarse todas las puertas y a abrirse grandes boquetes en las viejas paredes sagradas, por donde se colocaban en cuadrilla los jóvenes poetas revolucionarios. Tampoco entré por estos boquetes (...). Yo no venía a defender a nadie, no pertenecía a ninguna cofradía (...). Pero hablaba con un dolorido acento castellano de derrota que luego he visto era más universal que castellano.”
Esto significa que había un grupo de poetas, los modernistas a los que se refiere León cuando habla de «las viejas paredes sagradas». Éstos eran los poetas que defendían un movimiento de entusiasmo, de libertad, de renovación métrica, que utilizaban en sus poemas ritmos orquestales y que adornaban sus poesías con motivos exóticos y raros. Y había otro grupo, el de «la cuadrilla de jóvenes», que luchaban poéticamente contra los modernistas porque su poesía formaba parte de la vanguardia europea y se alineaban en movimientos como el futurismo, maquinismo, dadaísmo, creacionismo, ultraísmo, etc. Pretendían introducir nuevos temas sacados del vértigo de las máquinas, nuevas metáforas audaces y vibrantes, nuevas grafías, suprimiendo, incluso, la puntuación: era la época de los dinámicos y fugaces años veinte.
León Felipe no era ni de los unos, ni de los otros. La poesía de León era más personal, más auténtica y representaba una vuelta a la sencillez en medio de aquella marabunta. Además era una poesía dolorida porque, por desgracia, las cosas no son, ni tan color de rosa, ni tan sencillas como se empeñan en pintarlas. Su poesía era, como nos dice él, de “dolorido acento castellano” y “universal”.

Francisco Medina

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