La fábula de las abejas es una obra de Bernard de Mandeville, filósofo y médico descendiente de una familia de origen francés, que nació en los Países Bajos en 1670.
A los 29 años de edad, ya como médico alópata, se traslada a Inglaterra, donde se hizo famoso porque robó tiempo al ejercicio de la medicina y lo dedicó a escribir sátiras políticas. Aunque datan de siglos, están muy a tono con lo que ahora vivimos.
No parece descabellado atribuir sus trabajos de ese género a la amargura que le provocó la inmoralidad de quienes en su tiempo, a fuerza de su egoísmo y ambiciones capturaban y manipulaban la voluntad popular.
Desenmascaraba a los seres humanos sedicentes poseedores de todas las virtudes necesarias para que sus semejantes vieran satisfechas sus expectativas en todos los rubros.
Los definió como simuladores hábiles para explotar los vicios y las debilidades de quienes les entregaban el poder que les permitía coexistir en paz, dedicados cada quien a lo suyo sin sobresaltos.
La Fábula de las abejas, escrito en 1714, es el texto más famoso de De Mandeville, del que se desprenden dichas inferencias. En él critica que en realidad, no es la virtud sino el egoísmo humano, el mal, el verdadero fundamento de la sociedad.
Empieza diciendo que “Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal y ese gran concurso les permitía medrar atropellándose para satisfacerse mutuamente la lujuria y la vanidad…. Así pues cada parte estaba llena de vicios pero todo el conjunto era un paraíso. (...)Ante la insistencia de los gritos ¡Mueran los Bribones! ¡Húndese la Tierra por sus muchos pecados! ¡Dios mío, si tuviésemos un poco de honradez!, Júpiter, airado, movido por la indignación, al fin prometió liberar por completo del fraude al aullante panal.”
Al analizar “La fabula de las abejas”, los entendidos dicen que en ella Bernard Mandeville sostiene conceptos de gran importancia. De los cuales descuella el indicativo de que los sentimientos que hacen moral al ser humano se basan en el egoísmo del mismo, y que en término de moralidad no existen reglas de conducta reconocidas universalmente.
En primer lugar, habla de la virtud y dice que no hay acción virtuosa si está inspirada en un sentimiento egoísta, ya que considera egoísta todo sentimiento espontáneo.
En segundo lugar, la definición de virtud afirma que no hay acción meritoria a menos que esté inspirada por un motivo racional. Así, para él todos los actos humanos son viciosos.
Los actos naturales del hombre se basan en el egoísmo, y cuando el hombre es educado pasa igualmente, todo depende de la adulación o el temor, del deseo de adulación o del temor a la culpabilidad.
Aunque Mandeville no niega los impulsos altruistas, ni acusa a la humanidad de hipocresía premeditada, explica el primero como el conocimiento de uno mismo, que, en última instancia, nace del egoísmo.
Según Mandeville, el recurso principal del ser humano para esconder su innato egoísmo es ponerse una máscara de aparente intrusismo que ocultando para el observador la pasión del orgullo. El orgullo es el baluarte de la moralidad y en apariencia contrario al interés y al instinto del ejecutante.
Para satisfacer esta preocupación el hombre está dispuesto a soportar las mayores privaciones y como una sabia formación de la sociedad ha ordenado que se recompensen con la gloria o se castiguen con la vergüenza las acciones hechas para bien o para mal.
Es un antirracionalista, pues afirma que los seres humanos son criaturas de pasión y no de razón y todos los móviles humanos son por amor propio (orgullo).
El hombre no obra, no actúa por principios de razón, sino que obedece a los deseos de su corazón (pasional). La razón no es el factor determinante en las acciones de los hombres, pues el raciocinio más esmerado y desinteresado no es más que una racionalización y justificación de las exigencias de las emociones, y todos nuestros actos se deben a alguna variedad o intervención del egoísmo.
Al no poder llevar a la práctica su definición de virtud, Mandeville se ve obligado a concluir que el mundo es completamente vicioso.
Uno de los sentimientos que mueve al hombre a ser moral es la fama, el honor, la sed de fama, que en último término se basa en el amor propio. El reverso de este sentimiento es la vergüenza, una pasión que tiene síntomas propios, el reverso de la vergüenza sería el orgullo. El orgullo junto con el lujo son necesarios para el avance y enriquecimiento de la sociedad. Del orgullo nace la forma de vestir ropas elegantes y de éste se deriva un provechoso comercio y el progreso de la sociedad.
En conclusión, los sentimientos que hacen moral al hombre dependen finalmente, del orgullo y del amor propio.
La ética de Mandeville es una combinación de anarquismo en la teoría y utilitarismo en la práctica. Se entiende por utilitarismo en la práctica al ideal de satisfacer los diferentes deseos y necesidades del mundo.
Como hemos visto, el egoísmo es el motor principal de la acción social y moral. El hombre es un mecanismo de pasiones en interacción. Estas pasiones están compuestas bajo el influjo de la sociedad, su aparente discordia se armoniza para lograr el bien público.
Mandeville otorga al poder político el estatus de inventor de la virtud y del honor y también de la sociedad. Fueron inventos de los legisladores y sabios que deliberadamente impusieron el orgullo, la adulación y la vergüenza sobre el hombre.
Según los sabios que se ocuparon de la Fábula de las abejas, lo que llamamos mal es el gran principio que nos hace seres sociables y es la base sólida de todos los oficios y profesiones. Así, el bien y la sociedad están basados en el mal.
Establecen que el poder político que impulsó a la abnegación por medio de halagar el orgullo humano debe guiar a los hombres en pro del beneficio público. Además, quien desee civilizar a los hombres y organizarlos en un cuerpo político deberá tener profundo conocimiento de todas las pasiones y apetitos, fortalezas y flaquezas de los demás y saber utilizar las mayores debilidades en provecho público, o, por egoísmo, en provecho propio.
Mandeville señaló tres principales etapas en el desarrollo de la sociedad: la asociación forzada de los hombres para protegerse mutuamente de las fieras, la asociación de los hombres para protegerse uno del otro (lo que finalmente sería el Estado) y la invención de la escritura.
Otras consecuencias de la evolución son el desarrollo del lenguaje, la división del trabajo, el intercambio de bienes, la invención de las herramientas y la del dinero y la asociación para protegerse uno del otro, lo que ahora conocemos como Estado.
La idea de defenderse el uno del otro se transforma en acción individual y colectiva para vivir bien; emerge la competencia, de la cual la guerra es una variante, prevalece la idea de que la forma de ser apreciado y envidiado es combatir para matar.
Al avanzar el raciocinio la idea de la guerra se transforma, se impone el concepto de que lo mejor de la competencia es que el actuar sea para vivir cada vez mejor como individuos y como sociedad. El hombre deja atrás la razón primitiva de matar transformándose en culto, rico, creador de bienes y empleos, se convierte en coadyuvante al desarrollo de su pueblo.
En sociedad lo normal es la conveniencia y la compañía, siempre que sea en compañía de hombres de bien, y si no hay buena compañía, es mejor la soledad. Mandeville sostuvo que la aparente amistad y amor por la compañía del hombre no es más que tratar de fortalecer nuestros intereses y se centran en el amor propio.
Lo que más le gusta al hombre que viven en sociedad es que los demás hablen bien de él, pues le causa íntima satisfacción. Así podemos ver que son las causas más odiosas y malas las que dotan al hombre para ser el más sociable, y la sociabilidad humana solamente nace de la multiplicación de sus deseos y la constante preocupación por los tropiezos para satisfacerlos.
En referencia a la sociedad, para Mandeville existe la necesidad del lujo para el sostenimiento de un Estado fuerte y de que aumente la avaricia, además postula el avance de la sociedad haciendo ver al lector que los pobres tienen elementos que en otros tiempos eran considerados lujosos y ahora se ven de uso corriente.
En cuanto pasan de moda los elementos lujosos, ya pueden pertenecer al grueso de la sociedad, haciendo patente el principio de oferta y demanda. El lujo depende tanto de la avaricia como de la prodigalidad, ya que ambos son elementos constitutivos de la sociedad.
El interés del Estado es el que prevalece y el que se relaciona con el desarrollo del comercio. La protección de esta actividad llegó a ser el principal fin de la teoría económica , pero aunque el resultado de estos intereses fue el fomento del desarrollo de la producción y el comercio, y por ende la difusión del lujo, la opinión popular denunció al lujo como malo en sí mismo, y corruptor.
Mandeville demuestra que el lujo es inherente a los Estados florecientes, y la paradoja de que vicios privados producen beneficios públicos. Apoyando esta paradoja presenta la necesidad de determinados oficios inmorales que benefician al crecimiento del Estado.
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